27.1.10

Llover

Nevar, asaltado a mediodía, al anochecer por un invierno mutuo, un nevar penas compartido, descaradamente repartido. Nevar aquí, nevar allá, la nieve que lacera mis pensamientos, mis pensamientos voluntariamente expuestos al invierno, el invierno que desata nuestra inquieta meteorología.

Llueve, torrentes de locura, de pasión comprometida que anillan mi cuerpo. Llover todo aquello que cae sobre la tierra, la tierra mojada, cuyo encanto es su anhelo; tal vez su anhelo, su encanto. Lo anhela como jamás se atreverá a tocarlo, a sentirlo, sentirlo suyo, sentirlo allá, sentirlo entre sus dedos; déjase aterrar por su invisible profundidad y su viscosa textura. Nevar, anhela la nube, sentir que llueve, anhelar desde su flotante paraíso nevar; llueve, nube.

Misma es a quien llueve quien más le corresponde, quien dedica la jornada a dotar de lágrimas a los cielos. Quien recibe sus penas con mórbido afán también. No llover, estar condenado, no es sólo vivir en la desgracia, sino estar cómodo ante la desgracia y no llover y no querer, anhelar. Tener sólo desgracia para aferrarse, y aferrarse a la desgracia de no poder aferrarse a los cielos, su gracia tan desafortunada, desaferrada. Lloverla, llover, llorar. Desllover, desllorar, desde aquí.
Tan sólo quisiera yo verte, desde aquí. Llorar, desde aquí.

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